Gabriel García Márquez: última carta

Al fin el fin,

Han pasado ya unos años, muchos desde que te escribo, incluso podría afirmar que todas mis palabras fueron tuyas desde mi primer poema, allá por la infancia. Hoy cumplo 85 años y mis fuerzas ya no son lo que eran. Puedo sentir que aquel cáncer linfático con el que luché volverá en cualquier momento. Puedo sentir el peso de la muerte detrás de la puerta esperando a que sea abierta.

También puedo confesarte, con una mezcla de dolor y alivio, que hoy es mi último escrito. Mis manos ya no responden igual al tacto de la pluma, del boli y de las teclas. Tampoco lo hace mi cabeza, que confunde ideas con recuerdos y sueña a veces con Macondo y Fermina Daza en un mismo escenario. O con aquella prostituta que solo buscaba el amor paseándose por las calles de Rioacha. La ficción y la realidad se entremezclan e incluso el coronel Aureliano Buendía parece observarme a los pies de mi cama, animándome a seguir librando esta guerra. Pero sé que hay un momento en el que hay que decir basta, para poder disfrutar los pequeños placeres que ofrece la vida en sus últimos suspiros.

Ha llegado el momento de que cuando se encuentren estas cartas que nunca fueron enviadas, seas tú el que des a conocer al mundo lo que realmente ya se sabe con el valor de que sea mi alma la que lo haya contado. Tiempo atrás, en escritos previos, te confesé que, sin ti, nada hubiera tenido sentido y que tú eras la parte fundamental que sustentaba mi razón de ser. Porque así es, tú, lector, el que ha sido partícipe de mis momentos de locura convertidos en libros que recorren medio mundo, el que ha sabido comprender cada obra desde la primera palabra hasta el último punto, eres el destinatario de todo lo que he plasmado en cada escrito de esta confesión personal que complementa todo lo que ya conoces de mí.

Muchas veces toda la verdad no es la que se vende o lo que sale en la prensa, o la que se pronuncia a voz en grito. En estas cartas, que no tienen un destinatario concreto, entra todo aquel que quiera aprender un poco más de mí, que quiera recopilar y saber el apasionante camino de mi vida que si algo tiene es aventura, movimiento y pasión. Puedo confesarte, en última instancia, que escribir directamente de lo más profundo ha logrado liberarme del peso del pasado, de la confusión de los pensamientos y de la frialdad que logra la memoria apartando acontecimientos como quién se deshace de un objeto usado y viejo. Estoy contento porque he llegado lejos siendo fiel a mí y a mis ideas en todo momento. He sufrido, como todos, el devenir de las malas decisiones y el peso de un mundo, que no para de cambiar, ni de girar. Un mundo que no espera y que avanza sin darse cuenta si te has parado a descansar del camino.

Como última petición, aunque tampoco crea que tenga el derecho a hacerlo, te pido que leas cada carta con la mente libre, con el pensamiento abierto y con las ganas de aprender fuera de las formalidades y lo correcto. Sé que a veces divago, es un derecho por ir haciéndome viejo, pero quiero dejarte la reflexión exacta para que cuando llegues a mi edad solo te arrepientas de lo que tú quieras, pero nunca por falta de experiencia. Mi mujer está en el salón, mis hijos también y yo doy gracias a quién tenga que darlas por permitirme seguir compartiendo con ellos, por dejarme soplar las velas un año más con la felicidad insustituible del hogar y la familia. Es probable que ya no nos encontremos en el camino y que veas mi nombre en una esquela no dentro de muchos años. Pero de verdad, que me voy tranquilo y en paz. Oigo en ocasiones que dónde se es feliz no se debe tratar de volver. Y yo sin embargo, daría mi vida por atrapar este momento y convertirlo en eterno. Quizá de vez en cuando, aunque sea una vez, nos tenemos que conceder el lujo de atrevernos a volver y enfrentar, de una vez, el recuerdo de lo que fuimos y lo que siempre seremos.  

Hasta siempre.

Marzo de 2012,



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