Cuarentena del alma
El 15 de marzo de 2020 será recordado por demasiadas personas. Será un recuerdo amargo, quizá incierto o quizá, demasiado presente. Presente en cada círculo de amigos, en las reuniones de trabajo y en las comidas familiares. Pero si este día ha sido histórico más lo va a ser la cantidad de veces que se ha pronunciado (y se seguirá pronunciando, por desgracia) la palabra "coronavirus". Te levantas a las seis de la mañana, "coronavirus" por aquí, "coronavirus" por allá. Al mediodía más de la mismo y por la noche no te acuestas sin haberla oído mínimo diez veces a lo largo del día. Y ya no es que la palabra lleve implícito un significado negativo que adelanta desgracia por dónde pasa si no que además se te cuela en la cabeza y te angustia en cada letra.
Hace seis días se cumplía medio año de aquel día que cambió nuestras vidas y la sílaba dominante perteneciente a cada amanecer volvía a ser la que ya se imagina el lector (consciente o inconscientemente). Y de verdad, que no sé si se puede calificar como odio a lo que siento cuando la oigo. Al fin de cuentas no son más que 11 letras juntas pero que calibre tienen cuando las unes. Es la representación viva más negativa de la fuerza de la palabra. Por "C" (que no es culpable de ser en estos tiempos tan poco dichosa) también empieza cuarentena. La segunda palabra seguro más pronunciada en estos seis últimos meses. "¿Qué tal la cuarentena?" era la frase que abría cada encuentro sustituyendo de una manera muy frívola al abrazo común. Un evento que en su momento se presentó desconocido para todos, incluso tenía un mínimo aspecto de ser algo trepidante, pero que al final acabó por ser la prueba más dura para miles de españoles y españolas que física y psicológicamente lucharon cada día ante la decadencia de los días y el paso de los meses. Porque lo que empezó siendo una retención de las personas, un impedimento material que prohibía la actividad fuera del hogar acabó convirtiéndose en algo extremadamente más complejo.
Ahora, no es solo nuestro cuerpo el que quedó encerrado. Nos da miedo (con razón) perpetuar un abrazo, lanzar un beso e iniciar cualquier acción que suponga una distancia menor a 2 metros. Actividades en grupo, aglomeraciones, el metro son nombres que nos provocan escozor cada vez que tenemos que ser partícipes de los mismos. Movimientos tan sencillos como una caricia , una sonrisa han sido sustituidos por miradas fugitivas que rehúsan el contacto. Quizá muchos engordaron tras tantos días sin salir, otros perdieron peso, a alguien se le acartonó el cuerpo más de lo normal y probablemente numerosos niños acabaron colgando del techo con la energía latente en el cuerpo. Pero, esto no es para nada lo más grave. El problema ha llegado también a nuestro espíritu, a nuestra alma que se niega a volver a salir, a volver a correr sin mirar atrás, a volver a arriesgar. Un alma que se arrincona por las esquinas de una rutina basada en el miedo. Que implora tras tantos días volver a relucir, volver a disfrutar de la compañía, volver a dejar de escuchar eco de tristeza. Quizá, ha sucedido lo inevitable, nuestra alma se ha quedado en cuarentena. Y no sabe cuando volverá a salir.
Emociona lo expuesto por su veracidad
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