Gabriel García Márquez: carta 7ª

A ti,

Empiezo a sentir la humedad en los huesos del invierno de México. El frío en la capital está más presente, aunque con la calidez del hogar nunca me había sentido tan arropado. Intento dar un poco de tranquilidad a mis días, disfrutarlos con Mercedes como hacíamos entonces sin el bullicio de la prensa, los altibajos y la rebeldía. De hecho, pasamos horas y horas hablando de las anécdotas que han supuesto la base de nuestra vida o de mis manías que conservo y preservo con anhelo.

No podría haber conseguido ni la mitad de lo que tengo sin la mano paciente y estilosa de mi esposa. Hace ya muchos años, cuando terminé de escribir Cien años de soledad, vivíamos en esta misma ciudad y nuestra estabilidad económica brillaba por su ausencia. Necesitábamos una gran cantidad de dinero para enviar la primera copia a la editorial que estaba en Argentina. Las monedas que teníamos nos daban solo para enviar la mitad del manuscrito, deseando que fuera aceptado y posteriormente pudiéramos mandar el resto. Así lo hicimos. Cuando regresamos a casa con la frustración en el rosto, Mercedes diligente y firme empeñó lo pocos objetos que nos quedaban. Entre utensilios de cocina y belleza consiguió sacar el resto del dinero que nos faltaba. Unas horas después había enviado la otra parte del escrito. Recuerdo sus ojos marrones mirándome sin contemplaciones: “Ahora solo falta que la novela sea mala”. Y me dejó plantado en el salón medio vacío sin darme tiempo para decir ni una sola súplica. Después de 18 años de idas y venidas con la novela, ese fue su primer despegue. ¡Y mira en todo lo que se ha convertido!

Sigo teniendo una flor amarilla en mi mesa cuando te escribo. Nunca se debe fallar a las buenas costumbres. Nunca de plástico, que da mala suerte. Al igual que los pavos reales y los caracoles, estos animales no los tengas cerca si no quieres tentar a la buenaventura. Por esta misma razón nunca me habrás visto con un frac. En las fotos de la entrega del Nobel lucí con orgullo un liquiliqui, la vestimenta típica de mi natal Colombia. Soy supersticioso y es algo que ni los años pueden cambiar.

Otro escrito que surgió de las penurias económicas fue El coronel no tiene quien lo escriba, creado en la buhardilla de un hotel de París donde el alojamiento me era concedido de forma gratuita pues no tenía ni un peso para pagar a los amables dueños. He de confesarte otra cosa acerca de mis libros que como escritor no sé si es una buena costumbre. Nunca los releí una vez publicados al igual que tampoco corregí su esencia ni una vez. Lo que se escribe, sale del alma y no tiene que estar sujeto a los pensamientos y cambios del futuro. Aunque, inevitablemente sí cuentan con influencias del pasado y vivencias personales. Crónica de una muerte anunciada surgió del impacto de la muerte provocada de un buen amigo y El amor en los tiempos del cólera presenta de fondo una historia de amor real, parte de la vida de mis progenitores. Además, mi pasión hacia las letras fue fruto de una lectura contemporánea y llena de fantasía. La metamorfosis de Kafka me hizo descubrir el mundo tan apasionante de la literatura, por lo que podría decirse que le debo el sustento y sentido de media vida.

Con el cine también he tenido mis acercamientos pues he escrito pequeños guiones. Pero, lo que siempre he tenido claro es que Cien años de soledad, a pesar de numerosas insistencias, nunca verá la luz en la gran pantalla. Pero sí lo hizo El amor en los tiempos del cólera hace muy poquito, justo el año pasado. Seguramente te llevaras una sorpresa al verla anunciada en la cartelera. Soy admirador de mi compatriota y cantante Shakira, de hecho, la pedí que compusiera la banda sonora de la película. Una maravilla que te animo a escuchar.

Que bonito es recordar de vez en cuando las pequeñas cosas que conforman nuestra vida. Espero que disfrutes rememorando conmigo. Hasta la próxima, sea cuándo sea.

Febrero de 2008,



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