Gabriel García Márquez: carta 6ª

 A ti nuevamente,

El año de mis números mágicos ha llegado a su fin. Comienzan otros doce meses donde el tiempo ya no espera ni desespera. Sé que mi hijo te escribió en un ataque de amor o quizá rabia por mi admiración hacia ti. Nunca supe qué te pudo contar, pero te aseguro que es cierto, Rodrigo tiene ese punto de exageración como yo, pero nunca diría una mentira de su padre. Por eso, al conocer alguna verdad amarga sobre el sentimiento, espero que me perdones. 

Después de aquello he tardado en volver a escribirte, quizá por miedo o de nuevo o por no querer divagarme demasiado en el recuerdo. Ahora mismo, como una cascada en primavera, me llegan las imágenes de aquellas personas que de una manera u otra formaron parte de mi vida. Incluso te llegué a confesar que, a pesar de las diferencias, añoraba a mi amigo Mario. Pero en las pérdidas no sirve de nada aferrarse. ¿Te acuerdas de Álvaro Mutis? Escritor como yo de nuestra amada Colombia, hemos compartido tanto juntos que nuestra admiración ha traspasado fronteras. Siempre en cada viaje tenía que decirle dónde me encontraba porque sabía que, en algún momento, aparecería a visitarme. Una amistad forjada en la pasión del arte y el cariño.

Sin embargo, me quedaría vacío si no hablara de la más sonada entre todas mis relaciones y la que ha dado más de que hablar a nivel internacional, mi amistad con Fidel Castro. No sabes la de cantidad de veces que he tenido que responder a la pregunta de “si soy comunista”. Nunca he participado en un partido político, pero estoy a favor del progreso, de la libertad, del conocimiento por encima de todo y de la igualdad y si eso se sitúa a la izquierda, que así sea. Por ello nunca me interesó conocer Cuba hasta que triunfó la Revolución en 1959. Acudí como periodista y fue la primera vez que vi a Fidel en persona. Dicen que la nuestra ha sido una amistad a prueba de balas y más que físicas, han sido más dolorosas las lenguas bífidas de la gente. Mi admiración hacia él nunca ha cambiado y siempre alabaré su capacidad política, su afán de curiosidad y su carácter revolucionario. Aunque sin duda lo que más nos unió fue la pasión por los libros, la conexión intelectual que permitió seguir adelante aun en los peores momentos. Hasta llegué a mediar la reunión entre el líder cubano y Bill Clinton o entre las fuerzas del Presidente y del Ejército de liberación Nacional en el año 2000. Siempre he pensado que la mejor solución a cualquier conflicto es la palabra y mi carácter templado, firme y tranquilo avivó esta circunstancia.

Sería injusto seguir hablándote de la amistad sin recordar a aquellos que perdí. Lo que me sirvió para forjar una relación inquebrantable con Castro me causó la ruptura con aquellos que no pensaban igual. En el principio de los años 70, sería detenido el poeta cubano Heberto Padilla y obligado a retirar en público sus ideas contrarrevolucionarias. Provocó la división entre muchos queridos, pero yo, me mantuve al lado de mi fervoroso amigo Fidel, sabiendo que en este tipo de decisiones siempre sucede algún sacrificio. Aunque no es a mí a quién me confiere hablar de eso, al final mi decisión, tenía de fondo el apoyo incondicional hacia un compadre. Lo que sí te puedo afirmar es que a pesar de las duras críticas que incluso me tacharon de estar “contra los derechos humanos” pude mediar en favor de muchos. Intelectuales y escritores marcharon de la isla gracias a que, de alguna manera, pude entablar la razón en la firmeza de su líder. Nunca estuve a favor de la pena de muerte y la Primavera del 2003 fue un momento desafortunado que teñirá de negro la historia cubana.

¿Pero qué más puedo decir yo? Si cada uno acarreará en su espalda el peso de aquellas decisiones desafortunadas. No me arrepentiré en estas letras de haber estado al lado de la historia de mi amigo, incluso fue una relación recíproca cargada de mucho bien.

Nunca apartes de un golpe a quién quieres, a pesar de que miles de personas te digan que no es correcto. Te lo dice un sabio, que de eso ha vivido mucho.

 

Enero de 2008,


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