Gabriel García Márquez: carta 4ª

 

A ti otra vez y siempre,

La primavera se acaba y yo ya tengo por costumbre contarte lo que me atormenta sin que me tiemble la letra. El calor que empieza a emanar en junio aflora en mí los recuerdos del amor más puro que jamás he sentido. El amor de la que es mi compañera de vida, Mercedes Raquel Barcha Pardo.

La conocí cuando ella tenía tan solo nueve años y desde ese instante supe que era la única mujer con la que quería casarme. Fue la más pura intuición, un impulso, un arranque del corazón lo que me hizo luchar por ella años después. Los cinco años de diferencia entre nosotros no supusieron nada. Por aquel entonces yo estaba a punto de irme a comenzar los estudios a Zipaquirá. No iba a ser un camino fácil, ella como yo, era la mayor de seis hermanos, hija de una familia de ganaderos y farmacéuticos con descendencia de Oriente y asentados en Barranquilla. Aún recuerdo el momento de la despedida, con tan solo una mirada la hice una promesa: “En cuánto acabe los estudios me casaré contigo”. No sé si fueron las palabras exactas, pero no podría olvidar su expresión en aquel momento, que como niña que era sonreía y aceptaba lo que comenzaría como un juego.

Esa promesa, se cumplió. En marzo de 1958 nuestra boda tendría lugar en la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Barranquilla. En ese momento tuve más claro que nunca que sería ella con quién terminaría mis días. Aunque esto para ti no te sonará nuevo, siempre hablo de ella, siempre que sus ojos castaños no me miran fijamente reprochando la intensidad cómplice de un amor eterno. Y es que ella también tiene protagonismo en mis libros, en Cien años de Soledad te habrás dado cuenta de la referencia de Mercedes, la boticaria. Y es que su amor ha sido siempre y será para mí la mayor inspiración. Aunque en numerosas ocasiones, al escribir, me ha sido imposible no teñirlo de tristeza y melancolía. El amor en los tiempos del cólera muestra el amor más sublime, puro, pero a la vez sumiso. Fermina Daza, con su determinación, atrevimiento y firmeza demuestran la fuerza de un amor que al igual que viene y despierta, se asienta y permanece en los días como el respirar. Me dijeron que entre las líneas de esta novela se podía encontrar mucha más tristeza que amor, y yo les dije que, al final qué era una cosa sin la otra, que no podía ser siempre el amor feliz y gentil.

Por ello, cuando yo decidí entregar mi vida en cuerpo y alma a Mercedes, no me importaba lo que pudiera venir y ahora lo que me da más miedo es dejarla aquí, aunque sería aún más aterrador pedirle que me acompañara en el último viaje. Porque también hemos recorrido medio mundo, París, Nueva York, Bogotá, Barcelona, Cartagena de Indias y tantos otros sitios que mi memoria revela. Aunque, la parte más importante de nuestra vida ha tenido lugar en México donde quiero permanecer hasta que mi luz se apague. Nuestros hijos, Rodrigo y Gonzalo (el primero cineasta y el segundo diseñador gráfico) saben cuidar bien nuestro legado como siempre han hecho. Por eso, hoy más que nunca te pido que no te engañen, que el amor es triste, que desgarra, que descontrola, que enloquece, que perfora, pero a pesar de todo eso, no hay emoción más pura que te evite vivir en la penumbra.

 

Junio de 2007,






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